NOTA DE OPINIÓN

Don Salvador Di Prima, maestro injertador

Publicado el 05/08/2018

Por José Esteban Onofri

Motivación

Esta historia tuvo su inicio en un parte de prensa de la Cámara de Diputados de la Provincia, que me hiciera llegar Miguel Títiro, contenía un listado de Resoluciones aprobadas hacia el final de periodo de sesiones. Miguel sabía que una ellas, referida al pueblo en que me crie, Santa María de Oro, me iba interesar.

Efectivamente dicha resolución,  iniciativa de la Diputada Liliana Pérez, disponía  designar al citado distrito del departamento de Rivadavia como “Capital de los Injertadores”. De inmediato pensé que esa iniciativa tendría relación con la vida de don Salvador Di Prima. En prensa de la Cámara, amablemente, me dieron copia de los fundamentos  de la resolución, que justamente arrancaba con esa persona.

Habiendo sido mi familia y don Salvador vecinos, apenas separados por una calle, por varias décadas me propuse, la no siempre sencilla tarea de evocarlo, para lo cual conté con la inestimable colaboración de mis hermanos Orlando y Mario, de mi sobrino Gabriel y de Alberto Sánchez, hijo adoptivo del personaje que nos ocupamos.

Mientras iba armando la evocación, el 13 de enero “Los Andes” publicó una excelente nota de Javier Hernández sobre los injertadores de Santa María de Oro.

El  Oficio de injertador

La antigua técnica injertar vegetales, está muy bien descripta en la nota de referencia por los entrevistados. El propósito de realizar un injerto es mejorar una planta, hacerla más resistentes, cambiar las variedades cuando ello es convenientes, renovar un planta envejecida. Preparar plantas en los viveros que luego serán llevadas al terreno de cultivo. En el caso de nuestra provincia la vid y los frutales han sido los grandes demandantes de  injertadores. Como todo oficio ligado a las plantas, los que mejor  lo ejercen son los que aman las plantas y el resultado de su trabajo.

El Hombre

Que en Santa María de Oro uno de cada diez personas sea injertador, hay unos 200, las mayor concentración de la provincia y del país, es una consecuencia de la vida y el trabajo de don Salvador Di Prima.

Italiano nacido en Catania, Sicilia, en el año 1882. Llegó con otros familiares como inmigrantes, posiblemente hacia el final de la primera década del s. pasado, radicándose en el departamento de Maipú. Casado con Josefa Longo tuvo dos hijos nacidos en ese departamento, Salvador (1912-1996) y Pablo (1917-1988).

En alguna fecha, que no puedo precisar, se radicó en Santa María de Oro. Vivió bastante tiempo en la calle Liniers (Sur), en la herrería de la familia Casas. Según Alberto, Don Salvador traía su oficio desde su tierra natal y los ejerció hasta su muerte, en 1973 a los 91 años de edad. Sus familiares de Maipú también fueron injertadores.

Hacia 1949/50 compró una pequeña propiedad de 4 has sobre la calle Avellaneda, esquinando con Pringles, sobre la que vivía mi familia. Mi padre contratista de viñas de una también pequeña propiedad de 7 has.

Don Salvador era separado y constituyó una familia con Rosa Romano, que tenía dos hijos pequeños Alberto y Elena a quienes adoptó y crió devotamente como hijos. Ambos de la edad de mi hermano menor, pasaron buena parte de la niñez y la adolescencia juntos. Elena, de fuerte carácter, jugaba muy bien al fútbol con los varones (hace 60 años).

Di Prima era un típico siciliano, bajo, retacón, fuerte. Nunca anduvo en bicicleta y la mayor parte de su vida fue a los lugares de trabajo caminando, hacía decenas de kilómetros a pie. Caminaba con paso cortito pero sumamente rápido, llevando un cajoncito de madera (similar al de los lustradores) con sus elementos de trabajo, en la parte de arriba de la agarradera tenía una poderosa suela para asentar su navaja de injertar.

Don Salvador caminaba tantos kilómetros, que doña Rosa lo esperaba por la noche con un fuentón de agua tibia con sal gruesa, para aliviarle el cansancio y “curtirle la piel”. Vestía siempre con ropa graffa y usaba alpargatas.

Don Salvador nunca fue a la escuela, era analfabeto, no sabía leer ni escribir, pero manejaba con sorprendente habilidad los números y el dinero. Era un hombre bueno, generoso, honesto, recto como se decía entonces.

De gustos y vida sencilla, no le interesaba el futbol, ni las bochas, dos deportes emblemáticos de entonces. Sí le gustaba jugar a las cartas, tutte especialmente, pero también al truco, y en lenguaje cocoliche típico, cuando no aceptaba un envite, decía algo así como “non chi quere”. Como buen italiano del sur le gustaba mucho el queso duro, las aceitunas, la cebolla.

Di Prima no fue sólo injertador, oficio con altibajos, sobre todo por aquellos años. Era muy hábil para tejer canastos de mimbre y caña que se usaban para la cosecha de frutas. En la pequeña propiedad construyó hornos de ladrillos, que cortaban y cocían dos o tres ayudantes, entre los cuales recuerdo un personaje inolvidable, el “gallito” Rojas.

La escuela de injertadores

Resulta notable cómo a partir del oficio de una persona se fue formando un escuela que perdura 70 años. A lado de él aprendieron el oficio, que se fue trasmitiendo de generación en generación, como relata la nota de J. Hernández, hoy ya están los nietos de aquellos primeros. Esto sólo ha sido posible por la generosidad de don Salvador y la nobleza del oficio, preservada por sus discípulos. Apellidos que se suceden, los González, Olivera, Santarelli, Villanueva, Peña, Chiroli, Suarez, Perafán, Nieto.

El ambiente de la calle Avellaneda

Cómo no recordar algunos nombres de ese lugar en que nos criamos, en unos 700 m. a la redonda. Sobre la calle mencionada los Olguín, el almacén y cancha de bochas de don Antonio Raya (luego de Martinillo); los Díaz, que más tarde armó una hermosa  cancha de bochas; mi tío Antonio Onofri; los Dromi, única casa que estaba dentro de la finca no a la calle. La antigua familia Villegas- Alberoni, don Rogelio Guevara, los Nicodoro, los Fernández, la bicicletería de Panella. Sobre Pringles los Lucero, Alberoni, nosotros, los Sánchez, los Baldo. Un tiempo, un modo de vida y trabajo que ya no existe más.

El reclamo de una calle con su nombre

Uno de  los entrevistados reclama con razón una calle que recuerde a don Salvador Di Prima, reclamo legítimo. Propongo para ello reemplazar el nombre de la calle Liniers. Don Salvador vivió muchos años en ella, y luego en Avellaneda entre Liniers y Pringles.

Si bien no me gustan los cambio de nombre, en este caso el héroe de la defensa de Buenos Aires tiene una calle que los recuerda en la ciudad de Rivadavia.

Sería justicia que esa calle que tanto caminó lleve el nombre del maestro injertador.

Marzo de 2018.